Hacia una dicha sin sombras
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Con frecuencia cada vez mayor se
habla de "incompatibilidad de caracteres", de "crueldad
mental" y de "amores clandestinos" que producen verdaderas
rupturas en los lazos afectivos de la pareja. Y en ciertos países, debido a
estas causas, uno de cada dos, y hasta dos de cada tres matrimonios, terminan
en la separación, como resultado de lo cual familias enteras arruinan todos
sus esfuerzos y desvelos por lograr la felicidad. Esposos fracasados lloran
su desgracia, e hijos solos y traumatizados soportan su cuota de dolor y
desencanto. En verdad, los hogares deshechos constituyen uno de los problemas
más graves de nuestra sociedad, ya que, según serios estudios hechos sobre el
particular, cada ruptura matrimonial implica la desdicha--directa o
indirecta--de por lo menos cuarenta personas, contando los familiares,
allegados y amigos afectados. ¡Qué carga de dolor para tanta gente, que bien
puede evitarse cultivando sabiamente la planta de la felicidad! Causas
posibles de naufragio Hacía cinco años que se habían casado. Ambos eran
felices. Pero un día el esposo perdió su trabajo. Durante varias semanas
estuvo buscando un empleo, sin encontrarlo.
Llegó el momento cuando su
angustia alcanzó tal proporción, que el buen esposo entró desmoralizado en un
bar. Allí bebió un poco "para olvidar". Y después de ese día sintió
más y más la necesidad de "olvidar". Así fue como comenzó a frecuentar
otros bares. En cada ocasión bebía una mayor medida de alcohol. El resultado
final fue que el pobre hombre jamás encontró trabajo, porque cayó en las
garras del alcoholismo. Y finalmente, tras muchos intentos fallidos, su
matrimonio se deshizo. Todo por causa del alcohol, el que a su vez dio paso a
otros vicios que el corazón de su esposa no pudo tolerar. Pero el alcoholismo
está lejos de ser la única o la principal causa de ruina matrimonial. He aquí
otros factores que también pueden provocar fisuras en la unidad conyugal:
1.
El genio violento y duro de parte de uno de los esposos.
2. El espíritu
egoísta, el corazón frío y las palabras ásperas.
3. Los celos, la
desconfianza y el rencor entre los cónyuges.
4. Los intereses divididos,
propios de los esposos que, absortos en ocupaciones e ideales diferentes,
descuidan la vida matrimonial y familiar.
5. El desengaño y la desilusión por
parte de uno de los esposos, al descubrir defectos y vicios en la conducta
del cónyuge.
6. La rutina conyugal producida por esposos insípidos, incapaces
de convivir alegremente y de expresar el amor. Consecuencia: apatía,
monotonía, convivencia sin atractivo.
7. La abundancia material. La riqueza
mal usada a menudo descompone el amor.
Las estadísticas revelan que en
cualquier país las disoluciones matrimoniales aumentan notablemente en las
épocas de prosperidad, mientras que disminuyen cuando hay necesidad
económica. 8. La infidelidad y la falta de amor. Sin duda, ésta es la causa
más común de rupturas conyugales. El clamor de un hijo No importa cual sea la
causa que produzca el rompimiento del vínculo conyugal--sea una de las ya
señaladas o no--toda la familia enferma cuando los padres demuestran que no
han aprendido a convivir armoniosamente bajo el mismo techo. Sin embargo, quienes
más sufren frente al drama del naufragio familiar son inevitablemente los
hijos, sean niños o adolescentes. Así lo indica el clamor de aquel niño de
diez años que un día le habló a su padre de esta manera: "Papá, ¿por qué
dices que te vas a ir de casa? ¿Acaso no me quieres? Y si te vas, ¿a dónde
irás? ¿Qué va a pasar conmigo? Yo sé que quieres irte porque siempre te
peleas con mamá...¡Ay! ...¡ah! ... ¡qué dolor tengo aquí en el pecho! ¿Por
qué será? Tal vez porque voy a quedar solo. Yo te quiero, papito. No te
vayas; no me dejes. Cuando de noche estoy solito en la pieza lloro y lloro
pensando que al levantarme ya no estarás en casa. ¡Qué lindo es estar a tu
lado con mamá, cuando vamos a pasear o cuando hago los deberes de la escuela!
Papito, no te vayas. Me portaré bien. No te pelees con mamá. Es tan, tan
lindo estar juntitos en casa..." (y la voz del niño ahogada por las
lágrimas, quedó detenida, mientras abrazaba fuertemente a su papá). ¡Qué
hermoso! El clamor del niño fue escuchado, y su hogar se salvó. Las palabras
tan sentidas de este niño dolorido, ¿no encierran un mensaje de reflexión
para todo padre o madre que está pensando en una separación, sin haber
agotado quizá todos los recursos por evitarla? Quien cree que no puede
continuar con su matrimonio y decide romperlo, debería tomar en cuenta no
sólo sus intereses personales, sino también los de toda la familia, el futuro
de sus hijos, y aun los nuevos problemas que surgirán después de rota la vida
conyugal. Cuántas veces son el ofuscamiento y el amor propio los que provocan
decisiones precipitadas, al dividir matrimonios que con un poco de calma y
tolerancia podrían retomar la senda de la felicidad. La base fundamental El
factor primordial del matrimonio, y el único que realmente lo justifica, es
el amor. Y cuando éste falta no es de extrañar que toda la estructura del
hogar se desplome.
De ahí la necesidad de subrayar la importancia y el papel
insustituible del amor. No de balde la divina Palabra aconseja:
"Maridos, amad a vuestras mujeres" (Efesios 5:25). Y de la mujer se
espera otro tanto con respecto a su esposo. Pero, ¿cuál es la clase de amor
que deben dispensarse? ¿Pasajero y superficial, o estable y profundo? San
Pablo define el amor verdadero, cuando dice que los hechos humanos, por más grandes
que sean, carecen de valor si no van acompañados de amor. Y a continuación
declara: "El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el
amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo
suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se
goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta. El amor nunca deja de ser" (1 Corintios 13:4-8). Magnífica
definición de amor, cuyos términos aluden a un sentimiento puro, tierno y
bondadoso, que se entreteje con las virtudes más preciadas del espíritu
humano; sin egoísmo ni orgullo, paciente y constante. Cuando esta clase de
amor vibra en el corazón, no hay peligro de naufragios conyugales. Porque
junto con el verdadero amor vienen la ternura, la comprensión, el respeto, la
consideración, la madurez emocional, la disposición de compartir la carga
familiar, la tolerancia hacia los defectos del cónyuge y la fidelidad al ser
amado. Pregúntese todo esposo: ¿Amo tiernamente a la mujer con la cual he
unido mi vida? ¿La quiero tanto como el día cuando me casé con ella? ¿Suelo
decirle como cuando éramos novios: "Te quiero, soy feliz contigo" ?
Por cierto, es aconsejable que la esposa también se haga estas mismas
preguntas referidas a su esposo. Y si las respuestas son positivas, la
felicidad está asegurada. Pero si para cada pregunta brota un "No",
es como si se encendiera una luz roja de peligro que debe llamar a reflexión
y a un cambio saludable en los sentimientos y en la conducta.
El amor y la
lengua La manera como se habla tiene una vital importancia en la vida
matrimonial. Las peores tormentas y reyertas entre los esposos a menudo
surgen porque alguno de ellos hirió al otro con su lengua. Una sola palabra
ofensiva, de burla, de desprecio o de mentira puede dar origen a graves
consecuencias. Pero felizmente, también unas pocas palabras de afecto y
dulzura pueden llevar aliento y alegría al corazón del cónyuge. A un joven
recién casado su suegro le regaló un hermoso reloj, sobre cuya esfera se
leían estas palabras: "Dile a Sara algo amable". Sara era el nombre
de su flamante esposa. El regalo tenía por objeto recordar al joven que cada
vez que mirara el reloj supiera que ése era un momento oportuno para
expresarle algo amable a su esposa. Sí, siempre es grato al corazón recibir
palabras de afecto íntimo. Son un alivio para las cargas de la esposa y un
estímulo para la lucha diaria del marido. Pero no siempre es fácil dominar la
lengua y hacerle decir lo mejor. Por eso, aún sin desearlo, a veces pueden
salir de los labios de los esposos expresiones ásperas o desalentadoras. Y en
tal caso, ¡cuán hermoso y necesario es saber restañar la herida pidiendo
perdón! Quizá las palabras más difíciles de pronunciar en la vida sean estas
tres: "Me equivoqué, perdóname". Pero en el ámbito del hogar hay
que saber usarlas con valor y con amor. Son palabras que, pronunciadas a
tiempo, evitan problemas y mantienen unida a la pareja. ¡Cuántos esposos
podrían haberse salvado de la ruina si hubiesen sabido pronunciar tales
palabras! La fidelidad del amor Volviendo a la parte de esta lección titulada
"Causas Posibles de Naufragio", comprenderemos que si los esposos
pueden convivir sin dar origen a estas causas, su felicidad será plena y
duradera. Por lo tanto, cuán en guardia hay que vivir para no dar cabida en
el alma a estos destructores de la dicha conyugal. En esa misma parte de
nuestra lección mencionamos la infidelidad como "la causa más común de
rupturas conyugales". Siendo así, deseamos dedicar algunas líneas a este
problema que, cual cáncer moral y social, atenta contra el mismo fundamento
del matrimonio.
Las relaciones extramaritales son un síntoma de que los
esposos no armonizan plenamente, sea en la vida sexual, cultural o emotiva.
Esa falta de armonía crea insatisfacción, e induce a una de las partes (a
veces a ambas) a buscar y a volcar el afecto en otro ser, produciéndose así
el triángulo fatal del matrimonio. En otros casos esa misma falta de armonía
no se convierte en infidelidad, pero sí crea un triste abismo de separación
afectiva, del cual resultan matrimonios desavenidos y desdichados. De lo
antedicho se desprende cuán importante es lograr la armonía matrimonial, ya
que sobre ella descansa la misma felicidad familiar. Y si por alguna razón
comenzara a resquebrajarse esa dulce armonía entre los esposos, el camino a
seguir no es el distanciamiento o el buscar otros afectos, sino el conversar
íntima y lealmente sobre la raíz del problema--si es necesario con algún
profesional competente--hasta restablecer por completo la normalidad
afectiva.
Procediendo de este modo cada vez que surja alguna sombra en el
corazón de los esposos, difícilmente podría producirse el adulterio.
Reflexión personal Desde el día en que nos casamos, ¿ha crecido nuestro amor?
¿Estoy realmente enamorado de mi esposa (o de mi esposo)? ¿Observan nuestros
hijos un trato tierno entre nosotros, o les toca ver modales y oír palabras
carentes de afecto? ¿Cómo se desarrollan nuestras relaciones íntimas? ¿Soy
realmente confidente con mi esposa (marido), como para hacer de nuestra vida
una unión sagrada e íntima, sin que terceros interfieran en nuestra
felicidad?
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